Naty Sánchez Ortega
Hoy he pasado la tarde entre miradas heroicas de mármol silencioso y antiguo. La voz de piedra me ha resultado evocadora; permite conversar con atletas olímpicos, con dioses y musas de la antigua Grecia.
El olimpismo griego es uno de mis amores. En la antigua Grecia se le otorgó una nueva dimensión al deporte, una dimensión que iba más allá del ejercicio físico: como todo lo griego, era también una cuestión estética y espiritual. Los artistas moldearon esta pasión por la escultura humana que desarrollaron los atletas y así inmortalizaron su esfuerzo y su afán de perfección.
Según la tradición mítica, Heracles instauró los juegos en honor a su padre, el dios Zeus, en la ciudad de Olimpia, estableciendo la primera carrera de atletismo. Utilizó sus pies para marcar la distancia a recorrer por los atletas: 600 pies de Heracles, es decir, un "estadio", medida que se volvió estándar como referencia espacial y que originó el famoso espacio deportivo que sigue vigente en la actualidad. Desde aquel entonces, los habitantes de las polis griegas disfrutaron de un punto de encuentro excepcional para detener sus continuas guerras y dedicar un tiempo al deporte y al arte.
En la antigua Grecia se le otorgó una nueva dimensión al deporte, una dimensión que iba más allá del ejercicio físico: como todo lo griego, era también una cuestión estética y espiritual.
Los Juegos fueron "re-fundados" históricamente el año 776 a.C., fecha a partir de la cual se convocarían cada cuatro años o una "olimpiada". Este ciclo sirvió para medir el tiempo en el calendario griego. La competición, al nacer con un carácter sagrado y panhelénico (para todos los griegos), ofreció incontables beneficios. Por ejemplo, unos meses antes de la fecha de inicio de las Olimpiadas se proclamaba la "Tregua Sagrada" (ekéchéiria), invitando a todas las ciudades-estado a deponer sus armas, aplazar sus diferencias y acudir en peregrinación a la ciudad santuario de Olimpia, para competir allí de un modo más noble y glorioso en las carreras y el resto de pruebas deportivas. Este es el motivo de que a los Juegos Olímpicos también se les haya denominado los "Juegos de la Paz". Los vencedores eran coronados con olivo y colmados de honores por sus conciudadanos; algunas de las estatuas más célebres de la escultura clásica se hicieron para conmemorar su victoria en Olimpia.
Además de Olimpia, varios lugares de Grecia instituyeron sus propias competiciones atléticas dedicadas a otros dioses. Destacaré los Juegos Píticos en honor a Apolo, donde los ganadores recibían aquí una corona de laurel. Las pruebas no se limitaban a cuestiones gimnásticas, pues se celebraban también certámenes artísticos: poetas y dramaturgos presentaban sus obras maestras y eran aclamados como genios de las letras. De aquí viene la tradición de coronar a los poetas con laurel, o del adjetivo "laureado". Grandes genios de la literatura europea posterior, como Dante o Petrarca, restauraron esta hermosa costumbre de ceñir las sienes de los poetas con hojas del árbol sagrado de Apolo.
Así pues, los poetas que escribían sobre las gloriosas victorias atléticas se convirtieron ellos mismos en campeones de las letras. Píndaro fue el más célebre escritor de himnos de este tipo. El vínculo entre poetas y atletas llegó a ser tan profundo que la frase preferida para animar a los competidores pudo haber sido "¡Píndaro te cantará!"
Eran otros tiempos, los tiempos de la Victoria, de la diosa alada, que bendecía con su aleteo a sus favoritos, los que no se rinden, los que luchan hasta el final.
Han pasado muchos siglos. Las ruinas de Olimpia, Delfos y el resto de ciudades griegas son apenas un recuerdo en nuestra memoria, una visita turística, un paseo veraniego entre columnas caídas. Sus esculturas son las únicas que otorgan un rostro a sus protagonistas, a los héroes aclamados por la multitud, hombres que no eran de mármol sino de carne y hueso, como todos nosotros. Solo esas viejas estatuas nos permiten entrever la gloria del semblante sereno de la victoria, ese momento inefable a solas con uno mismo, cuando sabes que has dado lo mejor que podías dar. Entonces cobran sentido el esfuerzo, el sacrificio, la esperanza y el miedo. Tal vez por eso su rostro refleja paz interior, madurez espiritual, nobleza de alma. Eran otros tiempos, los tiempos de la Victoria, de la diosa alada, que bendecía con su aleteo a sus favoritos, los que no se rinden, los que luchan hasta el final.
Os invito a contemplar en persona esos mármoles con rostro, esos peplos al viento. La escultura es mucho más que piedra y que bronce; su lenguaje acorta las distancias con el pasado y lo hace presente, como si aquellas emociones sentidas hace tanto tiempo fueran actuales, como si también nosotros las pudiéramos sentir hoy.
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Tamara (lunes, 15 enero 2018 20:34)
Genial!! Muy interesante!!!
Rosaana (martes, 16 enero 2018 16:56)
Qué punto de vista más original sobre los griegos, la poesía y el deporte, gracias, súper interesante!
Eulàlia Monés (jueves, 18 enero 2018 09:54)
Tal com expliques en el teu article els poetes grecs escrivien sobre les glorioses victòries dels atletes. Doncs jo crec que el teu article ho és molt de poètic i que sigui una delícia llegir-lo. Gràcies Naty