Naty Sánchez, 2011
Lo ideal es que nuestros escritos sean naturales, es decir, que no parezcan prisioneros de nuestro deseo de llamar la atención. Esta es tal vez la diferencia fundamental entre el escritor novel y el consagrado: el primero abusa de los artificios de forma evidente, “forzada”, con lo que provoca un efecto barroco que incomoda al lector; el segundo lo hace con elegancia, como si fuera espontáneo (lo sea o no), convirtiendo la lectura en un placer estético. La mejor manera de alcanzar esa naturalidad en el ámbito de la prosa es a través de la claridad en la expresión, que se consigue a través de dos factores:
1. Tratando de mantener la estructura fundamental de la oración.
2. Evitando que las oraciones sean demasiado largas.
Respecto al primero caso, recordemos que el castellano utiliza como norma fundamental en sus oraciones simples el tradicional esquema de sujeto + verbo + complementos. La estructura de la oración es como un “molde” mental que nos permite comprender con mayor facilidad. Si variamos este orden de forma inconsciente y lo hacemos demasiado enrevesado sin intención literaria, provocamos confusión y gran dificultad de lectura. Veamos un ejemplo:
Confuso: “Buscó el silencio Susana, que necesitaba para aclararse consigo misma, en las ásperas tierras del Norte”.
Claro: “Susana buscó el silencio en las ásperas tierras del Norte; lo necesitaba para aclararse consigo misma”.
Por otra parte, las oraciones excesivamente largas, donde el sujeto y el verbo están muy separados por acotaciones intercaladas entre ambos, resultan ciertamente pedantes y molestan al lector, porque normalmente al llegar al final de la frase tiene que volver atrás en busca del sujeto o del verbo perdido en el follaje literario. Esto se aprecia en el siguiente ejemplo:
Confuso: “En aquella aldea, todos los chicos –pobres, ricos, guapos, feos, altos, bajos, revoltosos, serenos, etc.- cuando alcanzaban cierta edad –impuesta por la tradición de innumerables generaciones que a través de los siglos habían repetido el mismo ritual invariablemente- acudían a la gruta de los misterios que se encontraba en las lejanas montañas de Tianpan”.
Claro: “En aquella aldea, todos los chicos, cuando alcanzaban cierta edad, acudían a la gruta de los misterios que se encontraba en las lejanas montañas de Tianpan. El momento lo imponía la tradición de innumerables generaciones que habían repetido el mismo ritual invariablemente a través de los siglos, y afectaba a todos por igual: pobres, ricos, guapos, feos, altos, bajos, revoltosos, serenos, etc.”
El método infalible para conseguir claridad en nuestros escritos no es otro que recurrir a una continua corrección. A menudo, el momento creativo nos arrebata y dejamos correr nuestra pluma al mágico compás que nos impone; nada sería peor que interrumpirnos a nosotros mismos en ese momento. Pero una vez la inspiración ha pasado y tenemos ante nosotros un nuevo texto, debemos detenernos a revisarlo, a ordenarlo. La literatura no es impulsiva por definición; más bien se asemeja a un fruto maduro cuyo primer brote, la semilla, necesita nutrirse y moldearse con tiempo, reflexión e inteligencia.
EJERCICIOS: